jueves, 22 de septiembre de 2011

MARTES Y 13. Por © Carmen Lloret

Reparto
Lucía: Mujer de 31 años.
Judith: Mujer de 25 años.
Secuestrado: Hombre de 45 años. Medio calvo. Gordo. Y, de ser posible, con
bigote.
Puri: Mujer de unos 50 años de mediana estatura. Rubia teñida y con el pelo
rizado. Corpulenta
Esposa del secuestrado: Mujer de 42 años
Borja: Chico de 21 años.
Voz de la operadora (grabación).


Exterior. Madrugada. Urbanización deshabitada.
Dos mujeres jóvenes, Lucía y Judith, cargan con un hombre maniatado por una cuesta.
Se dirigen hacia el portal de un edificio. En la calle, algo alejado, un coche viejo de
color blanco. (Plano general).
Interior. Madrugada. Pasillo de un piso. Tenue oscuridad.
Dos mujeres jóvenes entran en el piso. Una a cada lado acarrean al hombre maniatado,
que lleva los ojos y la boca vendados. Una de ellas, Lucía, la más mayor, lleva una
pistola en la mano. Recorren el pasillo hasta llegar a una habitación. Entran en la
habitación.
Interior. Madrugada. Habitación del piso. Luz azulada1.
El hombre se halla sentado en una silla. Maniatado de pies y manos, las manos atadas
con cuerdas a la espalda y sujeto a la silla con cinta adhesiva. Sigue amordazado, pero
ya no lleva los ojos vendados. Es un hombre de constitución recia y sobrado de kilos.
Su cabeza redonda luce una calva que termina a ambos lados con cabello oscuro.
Mueve la cabeza y los ojos de un lado para otro. Está aterrado. Judith y Lucía, vestidas
de negro – tejanos, jersey y cazadora -, llevan un pasamontañas que les cubre el rostro.
Se encuentran también en la habitación, separadas entre sí. Permanecen en silencio. De
1 El azul simboliza el peligro y el miedo.
pronto, Judith se acerca al secuestrado y lo abofetea varias veces. Lucía se aproxima
rápidamente a él y le propina un puñetazo que lo deja inconsciente.
Fundido a negro.
Interior. Madrugada. Habitación.
El hombre sigue sentado y atado a la silla. Lucía le echa un vaso de agua a la cara.
Lucía: Despierta, cerdo burgués.
Se acerca a él y busca en los bolsillos de su americana y sus pantalones. Saca la cartera,
el móvil, las llaves del coche y de casa. Le quita también el reloj y en anillo de bodas.
Se aparta de él.
Lucía (le ordena a Judith): Sigue.
Judith se acerca al secuestrado y lo golpea de nuevo.
Interior. Madrugada. Pasillo del piso. Tenue oscuridad.
Lucía y Judith salen de la habitación. Judith, agotada, se apoya en la pared, inclinando
las rodillas y sosteniendo sus manos sobre éstas.
Lucía (poniendo su mano sobre su hombro): ¿Estás bien?
Judith (incorporándose): Sí.
Lucía (indicando con la cabeza hacia la izquierda): Vamos.
Interior. Madrugada. Cocina. Luz artificial de fluorescente.
Lucía y Judith sentadas a la mesa. Ambas fuman y toman café. Sobre la mesa unas
nueces y sus cáscaras. Judith coge una nuez, la deja sobre la mesa y la parte de un solo
golpe de puño. La pela y se la come. Lucía sonríe. Están aparentemente tranquilas y en
silencio. Se escucha un ruido que proviene de la habitación donde se encuentra el
secuestrado. Ambas dirigen su mirada hacia la habitación.
Interior. Madrugada. Pasillo.
Las dos jóvenes salen de la cocina y se dirigen deprisa hacia la habitación por el pasillo.
Judith coge el pomo de la puerta para abrirla. Lucía la detiene.
Lucía (sacándose el pasamontañas del bolsillo trasero del pantalón): Espera, ponte el
pasamontañas.
Ambas se ponen el pasamontañas y entran en la habitación.
Interior. Madrugada. Habitación.
El secuestrado ha intentado zafarse de las cuerdas sin llegar a conseguirlo y ha caído al
suelo. Lucía y Judith han entrado en la habitación, ambas con el pasamontañas puesto.
Judith ríe.
Lucía: Querías escaparte, ¿no?
Le da una patada en el estómago.
Lucía: Pues ahora, te quedarás ahí en el suelo un buen rato. Y como intentes algo más,
te pegamos un tiro, ¿queda claro? Le apunta con la pistola.
El secuestrado está aterrado. Suda y empieza a sollozar.
Lucía: ¿Queda claro?
El secuestrado asiente con la cabeza.
Lucía: Bien.
Interior. Madrugada. Cocina.
Lucía de pie. Llama desde el móvil del secuestrado. Judith, que está a su lado, cruza los
dedos.
Esposa del secuestrado: ¿Sí?
Lucía: ¿Señora de Huarte?
Esposa: Sí, yo misma.
Lucía: Tenemos a su marido.
Esposa (la interrumpe): ¿Cómo?
Lucía (con tono grave): Tenemos a su marido. Pedimos 1 millón de euros por él.
Esposa (ríe y hace una pequeña pausa. Con desdén): Mi marido no vale 1 millón de
euros.
Lucía (estupefacta): ¿Qué? Se rehace. Si no nos entrega 1 millón de euros en 24 horas,
mataremos a su marido.
Esposa: Mira niña, mi marido me ha dejado hace dos semanas por una furcia de 20
años. Así que si queréis dinero, pedírselo a ella.
Lucía: Pero...
Esposa: Por mí podéis hacer con él lo que queráis. Y si es posible, antes de matarlo,
torturadlo de mi parte.
La esposa cuelga el teléfono.
Lucía se queda atónita. Judith, que está a su lado, la mira esperando una explicación de
la llamada.
Lucía: Me ha colgado. La muy zorra me ha colgado.
Judith: Pero, ¿qué ha dicho? ¿Nos va a pagar?
Lucía: ¿Que si nos va a pagar? Su marido le importa un comino. Es más, creo que sería
capaz de matarlo con sus propias manos.
Lucía va de un lado para otro. Se pone la mano en la cara y se restriega las cejas.
Lucía: ¡Mierda!
Judith: Llama a su socio.
Lucía: Sí.
Lucía marca el número del socio.
Voz de la operadora: El número al que llama está apagado o fuera de cobertura.
Lucía: Joder. Muy nerviosa. Al hijo, tenemos que llamar al hijo.
Judith: Pero, ¿no estaba en California de vacaciones?
Lucía: ¿Y eso qué más da?
Judith: Nada, nada. Llámale.
Lucía llama. Judith se acerca a Lucía y escucha la conversación.
Borja (se escucha música alta de fondo): Wait a minute. Ríe. ¿Yes? ¿Hello?
Lucía: Presta atención. Tenemos a tu padre.
Borja: ¿Que eres mi compadre? Of course, aquí todos somos compadres, good fellows.
Lucía: Oye, esto va en serio. ¿Me oyes?
Borja: Sí, sí, very serious. Ríe. Cuelga.
Lucía: ¡Me cago en la puta! Este también me ha colgado. Menuda familia tiene el tío.
Judith: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Tenemos a alguien más a quién llamar?
Lucía: No que yo sepa.
Judith: No que tú sepas. Pues vaya una respuesta. Tú eres la que ha ideado el plan
infalible. ¿No lo tenías todo controlado? ¿No estuviste espiando al tipo y a su familia
durante varias semanas?
Lucía: Eso pensaba.
Judith: Pero claro, se te escapó que había dejado a la mujer, que tenía una amante y que
su hijo es gilipollas.
Lucía: Lo de la amante no se me escapó. Pero pensé que era sólo una puta. No creí que
iba a abandonar a la parienta. Además, estos ricachones siempre están de aquí pa allá,
con reuniones, cenas de empresa, viajes. Es difícil seguirles la pista.
Judith: Si ya lo decía yo. Que un secuestro es mala cosa, que es muy peligroso.
Teníamos que haber seguido con las carteras y los tirones de bolso.
Lucía: Con las carteras y los bolsos no nos llegaba ni para comer. ¿No te acuerdas? Es
época de vacas flacas. La gente ya no lleva dinero encima. Al final en las carteras sólo
encontrábamos los boletos del metro y la tarjeta del paro. Daba pena robarles y todo.
Judith, no hemos tenido más remedio. Teníamos que ir a por un pez gordo. Al fin y al
cabo, son tipos como éste los culpables de que la gente se haya quedado sin dinero. A
saber a cuántos trabajadores habrá despedido el tío en los últimos meses.
Judith: No creo que sea el momento de ponerse a recitar el Manifiesto Comunista.
Lucía: Piénsalo, podríamos ser las Robin Hood del siglo XXI. Secuestraríamos a los
ricos y luego…
Judith (interrumpiéndola): Y luego nos quedaríamos el botín nosotras, que somos
pobres. Pausa. Yo esto no lo veo claro. Lo mejor será dejarlo inconsciente, llevarlo a un
descampado y olvidarnos del asunto.
Lucía: Pero, ¿qué dices? Ahora no podemos abandonar. Llamaremos más tarde a su
socio. Si no podemos localizarlo, iremos a su casa y robamos lo que podamos. Seguro
que tiene joyas y dinero a manta. Coge la cara de Judith con ambas manos. ¿De
acuerdo?
Judith: Vale.
Interior. Madrugada. Habitación.
Lucía y Judith han entrado en la habitación. Ambas llevan el pasamontañas. Miran al
hombre que yace sobre el suelo. No respira y tiene los ojos abiertos.
Lucía (acercándose rápidamente a él): ¡Mierda!
Judith: ¿Está muerto?
Lucía (agachándose pone sus dedos frente a la nariz del secuestrado): Sí.
Se incorpora. Lo que nos faltaba. El muy canalla, va y se nos muere. Empieza a
patearlo.
Judith: ¡Para! Déjalo en paz, pobrecito.
Lucía: ¿Pobrecito?
Judith (muy seria, casi fúnebre): Lo hemos matado. Lo hemos matado. Yo nunca había
matado a nadie.
Lucía: No lo hemos matado, se ha muerto. Probablemente ha tenido un infarto. Tarde o
temprano habría pasado, no ves lo gordo que está.
Judith: No, lo hemos matado. Esto es un mal augurio. Desde que ha empezado esto,
todo nos está saliendo mal. Primero el coche nos deja tiradas y tenemos que cargar con
el tipo cuesta arriba. Luego, no conseguimos el rescate. Y ahora el tipo se muere. Te
dije que deberíamos haber esperado. Hacerlo en martes y trece ha sido una imprudencia.
Lucía: Eso son cuentos chinos.
Judith (empieza a rezar en voz baja, sollozando): Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre...
Lucía: Pero, ¿qué demonios haces ahora?
Judith (sigue rezando): venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como
en…
Lucía: ¿Será posible? ¿Le estás haciendo una misa o qué?
Judith: Pido para que se solucione todo.
Lucía: Las cosas no se arreglan rezando.
Judith: Igual su espíritu está todavía por aquí. ¿No notas algo?
Lucía (que ha estado dando vueltas por la habitación, desesperada): Hasta ahora he
aguantado tus estúpidas supersticiones, pero esto es demasiado. Le coge bruscamente de
la mano y la trae hacia sí. ¡Para! ¡Te digo que pares! Pausa. Tenemos que pensar algo.
Va de un lado para otro. Tenemos que deshacernos del cadáver lo antes posible.
Judith (más calmada): ¿Cómo?
Lucía: Primero lo descuartizamos y luego ya veremos.
Judith: ¿Descuartizarlo? No lo dirás en serio.
Lucía: ¿Se te ocurre una idea mejor?
Judith: ¿Y si lo dejamos en algún lado, no sé, en un parque, sentado en un banco?
Lucía: Muy buena idea. Llevamos un cadáver por todo Madrid, recorremos el Retiro
hasta que hayamos encontrado un buen sitio donde el tipo pueda descansar en paz. Si
puede ser, cerca del estanque de los peces. Así estará fresquito y contento.
Judith mira hacia el suelo, dolida por el sarcasmo de Lucía.
Lucía: Además, con la cara y el cuerpo lleno de moratones nadie creería que ha sido una
muerte natural. Tenemos que hacerlo bien. Nos jugamos mucho, ¿entiendes?
Judith afirma con la cabeza.
Interior. Madrugada. Cocina.
El secuestrado yace sobre la mesa de la cocina. Lo han desnudado, dejándole puestos
los calzoncillos.
Lucía (con un cuchillo de carne en la mano): No debe ser tan difícil (refiriéndose a
descuartizar el cadáver). Agarra el cuchillo. Expira. Pone una mano sobre el hombro
del cadáver, presionándolo, e intenta hacer un corte, pero no llega a hacerlo.
Judith: ¡Ah! Se ha movido. Está vivo.
Lucía (se aparta del cuerpo): ¿Estás segura? Yo creo que ha sido la presión del
cuchillo.
Judith: Sí, se ha movido, lo he visto.
Lucía (viendo que Judith está histérica y que probablemente se lo ha imaginado): ¡Te
quieres callar!
Lucía (se apoya con ambas manos en la mesa): No puedo hacerlo. ¿Por qué no lo
intentas tú?
Judith (asustada): Pero, ¿qué dices? No, yo no puedo.
Lucía: Oye, las dos estamos metidas en esto. Al menos podrías intentarlo. Le ofrece el
cuchillo.
Judith (da un paso atrás. Asustada, aturdida): No puedo. No, por favor.
Lucía (se pone las manos sobre la cabeza): ¿Qué hacemos? Piensa en algo. A mí se me
han acabado las ideas.
Judith saca entonces su móvil del bolsillo y busca un número en la agenda del móvil.
Lucía: ¿Qué haces? ¿A quién llamas?
Judith: Espera. Se escucha el tono del móvil. Suena varias veces. Al final alguien coge
el teléfono. ¿Puri?
Puri: ¿Quién es?
Judith: Soy yo, necesito que vengas lo antes posible.
Puri: ¿Qué hora es?
Judith: No lo sé, tarde. Estamos en el piso abandonado de la urbanización. ¿Recuerdas
dónde está?
Puri: Sí. (Preocupada) ¿Estás bien, niña?
Judith: Sí, pero te necesitamos urgentemente. No tardes, por favor. Cuelga. A Lucía.
Puri nos ayudará. (Primer plano de Judith).
Interior. Amanecer. Cocina.
Lucía, Judith y Puri están frente al cadáver.
Puri: Desde luego, qué pena.
Lucía: Hemos pensado en descuartizarlo, pero no hemos sido capaces.
Puri: Y, claro, habéis pensado en mí.
Judith: Mujer, tú eres carnicera.
Puri: Sí, pero de animales, no de seres personas humanas.
Lucía: Sabemos que eres una profesional. Además, ¿no estás en el paro desde hace
varios meses? ¿No te entra el gusanillo del trabajo?
Judith mira a Lucía un tanto horrorizada.
Lucía (justificándose): ¿Qué pasa? Eso le pasa a muchos parados, lo han dicho por la
tele.
Puri:.La verdad es que no. Desde que me despidieron, he montado una carnicería
clandestina en mi piso. No me va mal, teniendo en cuenta que la materia prima me sale
gratis.
Lucía: ¿La robas?
Puri: Qué va. Mi niño caza gatos, perros y cuando va al monte me trae conejos, una vez
incluso apareció con un jabalí. Es muy apañao. Mira el cadáver. Con éste tendría
salchichas por lo menos para un mes. Ríe.
Lucía: ¿Te rinde el negocio?
Puri: Bastante.
Lucía (se queda pensativa un momento): ¿Y sí...?
Ambas la miran.
Lucía (seria): Podríamos hacerlo a lo grande. Imagínate lo que sacarías si a tu negocio
le añadieras carne de cerdo como ésta (dirigiendo su mirada hacia el cadáver). Tú
misma lo has dicho: La materia prima nos sale gratis. ¿Qué dices? Arquea las cejas. El
plano se va para Judith, que la mira estupefacta con horror con los ojos abiertos. Puri
mueve la cabeza hacia un lado y los labios hacia abajo en sentido de aprobación.
Exterior. Día. Mercadillo.
Puri de pie frente a su tenderete de carne en un mercadillo repleto de gente.
Puri (a grito pelado): ¡Venga niñas, que tengo cerdo del bueno, extremeño! ¡Y al mejor
precio, no como en el supermercao! ¡Traído directamente del matadero! ¡Venga, no os
lo penséis, que se me acaba!
Fundido a negro.

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